jueves, 17 de marzo de 2011

Capítulo 2.

Llegó a casa muy pronto. Su padre aún no había llegado. Se alegró. Dejó la mochila, entró en el baño, se duchó, se puso el pijama, se secó el pelo y salió. Luego preparó la cena. Casi siempre hacía eso. Sólo si su padre no estaba ya en casa, porque entonces tenía que prepararle la cena de inmediato. Y ducharse por la mañana.
Hizo los deberes. Siempre los hacía, porque quería que los profesores pensaran que era una chica trabajadora y obediente. Se sabía incapaz de meterse en ese papel, y no porque fuera desobediente -de hecho tenía la vena rebelde sofocada por tanto tiempo a merced de su padre-. Más bien porque ella era más inteligente que trabajadora. A veces pensaba que su inteligencia anormal solucionaría su vida.
Soñaba con escapar. Quería viajar, ver mundo, probarlo todo, y sus condiciones no se lo permitían. Su padre jamás dejaría marchar por las buenas a su, ejem, hija. Ni siquiera estaba segura de que fuera su padre de verdad. Aparte de su inteligencia, estaba dotada de una gran flexibilidad y procuraba mantenerse siempre en forma. Lo negaba, pero en el fondo de su ser sabía que en el fondo acabaría escapándose, y que se estaba preparando para ello.
Aquella tarde, después de hacer los deberes, no puso música como de costumbre. Se sentó en el sofá y puso sus neuronas a trabajar. Pensaba en Sergio, el extraño chico nuevo que, a lo largo de la mañana, había demostrado tener una inteligencia al menos fuera de lo común. Y además, le había transmitido aquella extraña sensación de ser iguales, de que él no era como los demás. Y más allá de eso, Victoria había percibido que él tenía un secreto que ocultar.
Igual que ella.
Sergio le había caído bien y se prometió hablar más con él para intentar averiguar algo más.
Nunca se le había dado bien hablar con las personas. De hecho no tenía amigos porque era muy tímida y, además, especialmente los de su clase, los adolescentes que tenía por compañeros no le gustaban. Le parecían tan... buf, ni siquiera sabía describirlos. Todos los días, sin excepción, cazaba a varios de sus compañeros de clase mirándola y cuchicheando.
Su hilo de pensamientos se cortó bruscamente cuando escuchó abrirse la puerta de la calle. Su padre regresaba a casa. Se asustó. No sabía que era tan tarde. Corrió a la cocina, sacó una sartén y echó aceite.
-¡Hola, Victoria! -escuchó decir a su padre desde el recibidor.
-Hola, papá -intentó controlar el miedo en su voz-; la cena está casi lista. Ve yendo al salón y enseguida la llevo.
Él se sentó en su sillón mientras ella preparaba a todo correr una ensalada y unos filetes. Lo puso todo en una bandeja y se lo llevó.
Cenaron en silencio, viendo el partido del Real Madrid. Su padre era muy madridista, jamás se perdía un partido de su equipo. A ella le gustaba el fútbol, verlo, jugarlo, pero no era de ningún equipo en especial. Se limitó a ver las jugadas y se resistió a pensar en Sergio.
Por lo menos, la noche fue tranquila. Ni el vecino, ni su padre, ni cualquier otra persona que estuviera a su alrededor tuvo pesadillas y ella recuperó la noche de sueño perdida, sin tener que preocuparse por vivir las pesadillas de los demás y no sus sueños.

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